Tras las elecciones de EEUU, y ante el protagonismo del propietario de la red social X (antes Twitter), Elon Musk, quien apunta a ocupar cargo en la Administración Trump que iniciará su andadura a partir del próximo mes de enero, se ha promovido desde determinados sectores ideológicos, autodenominados “progresistas”, el abandono de esa red social, acusándola de sectarismo y falta de pluralidad.

Pero a partir de esa actitud deberíamos plantearnos si la falta de pluralidad de pensamiento e ideas en determinados foros no son, precisamente, consecuencia de salir de los mismos y renunciar con ello a alimentar esa carencia de opiniones diversas que se denuncia. Al fin y al cabo parece una postura de autocensura que difícilmente puede achacarse a otros cuando uno mismo renuncia a ejercer lo que considera su derecho y su deber de contribuir a la conclusión razonada a partir de premisas distantes en sus conceptos.

Que la diversidad de pareceres no solo enriquece, sino que es la base y esencia, como condición primera, de todo debate parece una verdad incontestable: no hay confrontación de pensamiento si no hay, justamente, pensamientos que confrontar. Y esa parece que debería ser la máxima de quienes han decidido no ya dejar la red social X para migrar a otras porque no se les permita expresarse en ella, sino fundamentalmente para no tener que leer o escuchar opiniones distintas que no les agradan o que no coinciden con lo que uno piensa.

Pero esta actitud, de ser la predominante, efectivamente podría convertir a X en una red social “conservadora”, mientras que otras, las receptoras de esos perfiles incomodados con un determinado contenido de aquella, conformarían la alternativa “progresista” en otra u otras redes o foros sociales en esta línea ideológica. Una solución salomónica que, sin embargo, no parece aportarnos nada si en un mundo como el actual, interconectado a través de las tecnologías, renunciamos a ver y a escuchar lo diferente, e incluso a participar en debates que, según hemos dicho, queremos que cambien el mundo en el que vivimos.

Por eso, frente a quienes han ejercido desde su voluntad, por supuesto, el muy libre derecho a dejar de estar en X, habrá que recordar que mucho antes de la era de lo telemático, quienes primero hablaron de democracia clásica inventaron el ágora, o plaza pública, como lugar de diálogo público, de encuentro y de confrontación de palabras, de ideas. Sería sorprendente que cuanta más capacidad para ampliar esa ágora hemos adquirido, más torpes seamos para acabar por trocearla de manera estanca para no hablarnos y escucharnos desde la diferencia porque mejor complacerse en el pensamiento uniforme, uno u otro, que avanzar en las ideas.

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