Un año más llegamos a este día en octubre, cuando conmemoramos el Día de la Salud Mental, preguntándonos si desde la sociedad en general y, más específicamente, desde el ámbito profesional de quienes nos dedicamos a este problema hemos hecho los que debíamos, lo suficiente al menos, para que todos, pero especialmente los jóvenes, tengan una vida plena, una calidad de vida adecuada que asegure su estabilidad emocional en el presente y en el futuro. Porque son demasiadas las preguntas y no siempre bastantes las respuestas.

El patrón es siempre el mismo cuando los psicólogos indagamos en las circunstancias y problemas personales de quien nos consulta: ¿qué te llevó a la adicción? ¿cuándo comenzaron tus síntomas? ¿qué te llevó a tomar esta u otra decisión? Las respuestas suelen coincidir de manera constante: malas relaciones interpersonales, un trabajo para pagar facturas sin más aspiraciones, y la falta de herramientas para gestionar emociones. Pese a todo, y desde una perspectiva humana más que profesional, preferimos pensar lo de que “no somos diagnósticos, somos historias”. Nos ayuda a enfocar mejor las alternativas.

En esas historias venimos observando algo más aparte de un condicionante genético o del condicionante ambiental: una gran dosis de moda, de esa necesidad de sumarse a hacer lo que otros hacen por pura imitación. Si está de moda ser influencer, pues allá vamos: si la moda son los extremismos, pues habrá que situarse en uno de ellos ¿no? Y a renglón seguido, la frustración por no ser capaz de imitar los éxitos o los logros de esos otros. No parece, sin embargo, que en muchas ocasiones se trate así de disimular la imposibilidad de encontrar y articular cauces de desarrollo personal más estandarizados y alejados del éxito rápido y fugaz.

A partir de ahí se analizan variables como el estado de ánimo, las compulsiones y las obsesiones, los problemas relacionales y, como colofón, el trastorno límite de la personalidad, y venimos detectando en todo caso un entorno propicio que parece pedir una cerilla para poder prender el fuego que alimentan la tensión, la ansiedad, la incertidumbre y el desencanto que se acentúan en la población joven por los problemas de falta de empleo digno o de acceso a una vivienda. Por la imposibilidad, en suma, de construir un proyecto vital y de familia, en cualquiera de sus acepciones, como antesala a la vida plena en sociedad.

Y por eso nos preguntamos otro diez de octubre si realmente hemos hecho como sociedad lo suficiente para paliar esas carencias que se tornan en problemas verdaderos de salud mental en quienes pretenden iniciar su propia experiencia vital con autonomía, independencia, y con posibilidad de sostenerlo con recursos propios. Si realmente el problema está en hacer correctamente esos diagnósticos o en proponer, nosotros también, y a partir de lo que detectamos, cambios sociales profundos que mitiguen el problema en su origen.

Por ello, los profesionales detectamos y diagnosticamos el problema, pero como resultado desencadenado de unas condiciones que arrastran a muchas personas. Y así proponemos medidas de mejora de nuestra salud mental como caminatas diarias, dietas equilibradas y suficiente hidratación, prestar mucha atención al consumo de alcohol o cafeína, vigilar la calidad del sueño, practicar el mindfulness para liberarnos de la ansiedad y el estrés, aprender a diferenciar y priorizar entre lo necesario, lo importante y lo urgente, construir y cuidar una red de apoyo en beneficio de nuestra higiene emocional y, finalmente, adoptar y entrenar un espíritu crítico para enfrentar la realidad que nos rodea. La cuestión es si todo depende de lo que seamos capaces de hacer o si necesitamos, entre todos, hacer algo para procurar alternativas desde el propio grupo social que supone cualquier comunidad humana.

Maslow hizo referencia a la necesidad de afiliación como la de categoría social y de pertenencia a un grupo (familiar, de comunidad, social) tras las fisiológicas y de seguridad. Quizá hoy debiéramos reivindicar una actitud socialmente más proactiva para generar esos entornos que procuran la empatía y la comprensión, porque cada vez más a menudo y cada vez más personas parecen más incapaces de crearlos y fomentarlos por sí mismas.

Tenemos un reto. Esperemos poder decir el próximo diez de octubre que hemos avanzado. Que hemos hecho entre todos también lo suficiente, desde la sociedad tanto como desde la política, que es, al fin y al cabo, quien de algún modo la conduce.

Ester Oltra Montesinos

Vocal Comisión Juventud y Bienestar Emocional en Nexo

 

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