Un artículo sobre Inteligencia Artificial (IA) corre el riesgo de quedarse anticuado en apenas unos minutos desde su publicación. Ahora mismo hay millones de programas que están en pleno “entrenamiento” con datos que recogen de innumerables fuentes y dispuestos a volcar conclusiones sorprendentes. La carrera lleva tiempo, pero ya se van consiguiendo hitos que generan entusiasmo en unos y miedo en otros. En muchos casos y casi de forma inadvertida los objetivos iniciales se han visto superados en al menos una década. Desconocemos los límites y ello genera una gran incertidumbre tanto en la población en general como en los gobiernos.
No es exagerado decir que la IA es como el aire o la luz: están, y dependiendo de nuestras necesidades nos esforzamos por controlarlas. En el caso de la IA el matiz está en el adjetivo: artificial. Es “nuestra creación”, o sea, uno de los últimos resultados de un continuo avance tecnológico para contribuir al progreso de la humanidad.
La IA está destinada a ocupar todos los aspectos de nuestras vidas. De hecho, actualmente ya la disfrutamos en nuestros dispositivos electrónicos prácticamente sin darnos cuenta.
La gobernanza de la IA surge como una necesidad urgente. Es un poder demasiado grande como para dejarlo al libre albedrio. No debería haber gobierno o partido político con aspiraciones de gobernar que no tenga la IA como una cuestión prioritaria y central en sus políticas. No es algo del futuro, es una cosa del presente.
En Londres se han reunido representantes de varios países líderes en el desarrollo de la IA y ya han dado unos primeros pasos con el fin de acordar a nivel mundial unos compromisos o principios básicos para afrontar una suerte de regulación de la IA, sobre todo teniendo en cuenta sus potenciales efectos negativos. Es un avance muy interesante, pero no es suficiente sobre todo teniendo en cuenta que los acuerdos a nivel global suelen ser lentos, genéricos y condicionados por intereses geopolíticos.
Por su parte, la Unión Europea lleva dos años trabajando en un Reglamento que regule la IA en los países miembros. De hecho, el reciente acuerdo entre la Comisión y el Parlamento Europeo ha sido un gran empuje para tener por fin una “ley sobre la IA”.
Desde el punto de vista doméstico los países deberán buscar la forma de regular sin limitar o bloquear el desarrollo de la IA, al mismo tiempo que ser capaces de proteger los derechos y seguridad de los ciudadanos. Hemos visto que se trata de una tecnología que está y estará en todas partes, es transversal. Se trata de una materia estratégica para un país. La IA pronto será como las comunicaciones o la energía.
Con estos mimbres es fácil concluir que la IA debe ser una cuestión central en la agenda de cualquier gobierno. En este artículo vamos a concentrarnos en los aspectos positivos y tangibles de la IA y que los gobiernos deberían considerar a la hora de establecer las políticas en beneficio de los ciudadanos.
Un gobierno que todavía siga dirigiendo sus políticas de salud de forma casi exclusiva en términos de recursos humanos e inmuebles es muy probable que haga una gestión ineficiente de los recursos financieros. Sabemos que la IA es capaz de analizar grandes cantidades de datos y obtener predicciones muy útiles que pueden identificar mejor las verdaderas necesidades sanitarias. Por ejemplo, la secuenciación genómica que hasta hace unos años costaba millones de euros en la actualidad tiene un precio casi residual. Hoy día podemos tener un conocimiento más individualizado de nuestra biología, lo cual nos da la oportunidad de aplicar tratamientos específicos además de poder anticiparnos y concentrarnos en el bienestar de las personas. En otras palabras, podríamos aspirar a una prevención de enfermedades y a una mejora significativa de la salud y calidad de vida.
La IA nos obligará a trabajar de otra manera y creará nuevos puestos de trabajo. En primera instancia parece que los trabajos intelectuales sufrirán un cambio sustancial pero no se puede negar la posibilidad de que esta evolución continue de forma progresiva hacía un reemplazo de otro tipo de trabajadores. Es posible que los hechos nos empujen a aceptar lo que hasta ahora hemos visto casi como un disparate y acabe siendo una alternativa bastante razonable. La renta básica universal (UBI en inglés) puede ser una opción para ser valorada seriamente por los gobiernos. El paro estructural podría ampliarse y abarcar a más generaciones que quedarían fuera del mercado laboral. Una nueva fiscalidad sobre la automatización podría ser un hecho factible a medio plazo. La relación e incluso la existencia de empleador y empleado puede verse afectada por la aparición de nuevos “trabajadores”.
Es posible que la avalancha tecnológica que supone la IA haga reflexionar a los gobiernos sobre la obsesión de crear “Silicon Valleys”, “hubs”, “tech centers”, etc. Las tecnologías de comunicación prácticamente han borrado las barreras geográficas, culturales y lingüísticas. Para crear ecosistemas (privados o públicos/privados) no es necesaria la cercanía física. De hecho, la agrupación de empresas tecnológicas suele crear problemas de sobreexplotación de infraestructuras urbanas o la necesidad de construir nuevos servicios. Incluso puede causar el desplazamiento de ciudadanos como consecuencia de la alteración de los precios.
Las inversiones más eficientes serán las que se dirijan a la producción de infraestructuras informáticas, que son clave para el avance sostenido de la IA. Los modelos de IA con mayor capacidad se producirán en países con una sólida infraestructura informática. Ésta debería ser flexible, fácil de actualizar y con capacidad de aumentar de forma progresiva a lo largo del tiempo. Es verdad que las infraestructuras informáticas requieren una gran cantidad de recursos, sobre todo de electricidad. Sin embargo, se podría fomentar el desarrollo de nuevas tecnologías de refrigeración y/o aprovechar el calor generado por los centros de datos para producir energía, o como simple calefacción de los hogares.
Para luchar contra las consecuencias del calentamiento global los gobiernos pueden utilizar la IA para acceder a una mejor información predictiva que les permita tomar mejores decisiones. Google DeepMind ha identificado tres formas en las que la tecnología de IA puede ser fundamental en la lucha contra el cambio climático:
(a) mejora del conocimiento, las herramientas de IA pueden detectar mejor los riesgos climáticos y llevar a cabo una observación continua de la explotación de la tierra y detectar posibles deforestaciones, los cambios de las condiciones del terreno, la salud de los cultivos y coordinar la ayuda humanitaria en caso de desastres.
(b) Optimizar e integrar sistemas complejos con mayor facilidad, la IA entiende y predice los procesos con más rapidez, e incluso comprende procesos que serían imposibles de entender para los humanos. La transición al uso de la energía renovable implica pasar de un sistema centralizado simple a uno complejo con generación intermitente y dispersa y, a su vez, con una demanda variable. La integración y gestión de estos sistemas para que funcionen de forma eficiente es tremendamente complejo, un trabajo imposible para un ser humano. La IA es capaz de llevar a cabo esta tarea de forma rápida y sobre todo segura.
(c) Acelerar los avances científicos, la IA puede reducir el tiempo de experimentación necesario para explorar e identificar soluciones al cambio climático. Por ejemplo, puede optimizar la producción de alimentos porque es capaz de detectar genes que pueden modificarse para aumentar la resistencia y producción de cultivos.
En cuanto a la educación, es posible que la IA sea una oportunidad para que los políticos y la sociedad en general asuman por fin que es necesario un cambio radical en la forma en la que educamos a nuestros hijos en las aulas. Hace unos días en una entrevista dentro del Ágora de Nexo (Inteligencia Artificial, su Regulación Internacional y en particular el futuro Reglamento Europeo de la IA – Nexo Plataforma) el catedrático José Monserrat planteaba un cambio radical en la educación como consecuencia de la IA, y abogaba por generar el pensamiento crítico. Entre otras cosas, decía que: “Hay que aprovecharla [IA] como una herramienta y que sea una oportunidad de futuro para nuestros alumnos.” También enviaba un mensaje a los profesores: “plantéate qué estás haciendo tú en tu aula que no lo pueda hacer ChatGPT por ti, ya es inútil, no lo hagas, haz otra cosa, acompáñalos [a los alumnos] para ser mejores personas, más potentes y mejores profesionales del futuro.” En la misma entrevista se hablaba también de recuperar el método socrático de enseñanza, lo cual nos haría revisar el supuesto tradicional de alumno-aula-profesor. ¿Es el aula el lugar idóneo para invitar al alumno a pensar e investigar la solución a problemas reales?
Conviene insistir en que la IA y la tecnología en general son transversales y ocupan todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. La tradicional actitud de los gobiernos de crear una entidad o ministerio (acción típica de algunos de los gobiernos de nuestra tierra) es categóricamente un error y aún peor, una terrible pérdida de tiempo. Ahora bien, el acierto está en la capacidad de adopción de la IA en el desarrollo de las políticas públicas. La integración a través de la creación de ecosistemas junto al sector privado ha demostrado ser una fórmula de éxito como lo demuestran ejemplos en varios países.
Hay mucha incertidumbre sobre el desarrollo de esta tecnología que se ha demostrado no ser lineal, lo que aumenta aún más el desconcierto. La cadencia de crecimiento de las tecnologías puede superar a los gobernantes y las mejores políticas de hoy pueden quedarse obsoletas en poco tiempo. El desafío de los gobiernos se concreta en ser capaces de estar preparados y actuar en consecuencia. La predisposición al cambio y la flexibilidad para adoptarlo es clave. Los países que mejor integren y aprovechen los beneficios de la IA podrán mejorar la vida de sus ciudadanos y arrogarse una posición de liderazgo global.
Hugo Maldonado
Abogado. Socio Fundador Nexo Plataforma
Vocal de la Comisión de Política Exterior, Cooperación y Unión Europea.