Desayunamos con la noticia de que en un municipio de la costa este del litoral de nuestro país, trece adolescentes han agredido sexualmente a una chica de su misma edad. Estos hechos se están convirtiendo en noticias recurrentes, lo que abre la puerta a iniciar un debate sobre qué está haciendo mal la sociedad en su conjunto para que chicos de esas edades e incluso menores aún, sean capaces de cometer estos actos.

Fundaciones especializadas han alertado de que la práctica del sexting – enviarse imágenes o vídeos de contenido sexual- entre menores ha aumentado alrededor de un 25%. La razón parece estar de manera inequívoca en el acceso incontrolado a internet y a la visualización de contenidos violentos y pornográficos, que los chavales llegan a normalizar como algo trivial y sin importancia alguna.

Voy a intentar dar una visión de la situación en la que nos encontramos ante este problema.

La sociedad española, como toda la del mundo, ha cambiado exponencialmente en los últimos años. Hace décadas los niños nos criábamos en el barrio, al amparo de nuestra pandilla y vigilados por nuestras madres o, en su defecto, por todas las vecinas que siempre estaban con el ojo y los oídos puestos. Eran nuestros ángeles de la guarda y estábamos todos los chicos seguros, aunque alguno de los más atrevidos se atreviera a cruzar los límites de nuestras calles para adentrarse en otros territorios desconocidos y peligrosos donde estaría sólo ante el peligro, como en aquella famosa película, dirigida por Fred Zinnemann, con Gary Cooper como actor principal.

En la mayoría de las familias es necesario que tanto el padre como la madre trabajen para sacar adelante la casa y llegan agotados de regreso, sujetos a largas jornadas laborales. El tiempo de atención dedicado a nuestros hijos ha cambiado. Ya no existen barrios ni vecinos que te vigilen. Nuestro acceso a la sexualidad se limitaba a que algún colega le quitara alguna revista guarra a su hermano mayor donde aparecían señoras en cueros vivos. Hoy en día los chavales pueden acceder a todo el contenido sexual que quieran y a la edad que quieran con un teléfono móvil. Antes teníamos el barrio, ahora tienen todo el conocimiento del mundo en la palma de su mano, con todas las virtudes y beneficios, pero también con todos los peligros que ello conlleva.

Todo este cambio social y tecnológico es algo innegable; es una verdad absoluta a la que tenemos que saber enfrentarnos desde todos los estamentos e instituciones y con todas las herramientas que proporciona el Estado. Hemos pasado de una represión total en todo lo concerniente al ámbito de la sexualidad, a un libertinaje pornográfico, sin pasar por una educación sexoafectiva en el ámbito de la docencia infantil y juvenil. Y de aquellos barros, estos lodos.

La Fiscalía General del Estado ha denunciado un preocupante ascenso de las agresiones sexuales cometidas por menores de edad en su memoria anual relativa al año 2022, con un incremento de casi un 46%, y apunta a unas graves carencias en educación sexual, y al consumo de pornografía a edades muy tempranas, como causas del aumento de las agresiones y abusos sexuales. Más de la mitad de los casos están acompañados de violencia física, especialmente y con más frecuencia entre adolescentes.

Esto es algo que como sociedad que quiere avanzar y crear un mejor país y futuro para todos no se puede permitir. No se trata de crear una alarma injustificada, pero sí de poner todo esto en su contexto para que ahora, cuando estamos en el primer escalón, seamos capaces de implementar las medidas adecuadas para que no se siga ascendiendo infinitamente por los peldaños de esa escalera tan peligrosa para nuestra juventud. La organización Save The Children informa de que siete de cada diez adolescentes consumen pornografía de manera frecuente, y los vídeos más vistos son los que recrean situaciones de abusos sexuales realizados por un grupo de hombres contra una mujer.

Dicho esto, cabría preguntarse por las consecuencias, tanto positivas como negativas, que tiene el uso del móvil en el desarrollo y bienestar de nuestros hijos.

Entre sus aspectos beneficiosos está el acceso a información práctica y educativa útil para realizar tareas escolares, la comunicación para estar en contacto con sus padres y amigos en tiempo real, la oportunidad de socializar con otros jóvenes incluso de otros países, o la diversión y entretenimiento que pueden proporcionar las aplicaciones y juegos además de fomentar su creatividad.

En la parte negativa, podemos encontrar aspectos tales como el acceso a contenido inapropiado o violento, mayor exposición a radiación electromagnética, problemas de visión, reducción del tiempo necesario para realizar otras actividades como el estudio o el deporte, problemas de concentración y sueño y falta de socialización con otros niños y adolescentes.

Para paliar todos los efectos contraproducentes, que están llevando a situaciones verdaderamente graves en el comportamiento de nuestros adolescentes, es necesario llamar la atención de políticos, medios de comunicación y educadores.

Se podrían considerar aspectos tales como fomentar, legislando al respecto, la educación en el uso responsable y seguro del móvil en los colegios e institutos desde una temprana edad, establecer una edad mínima a partir de la cual los menores pueden hacer uso del móvil, obligar a los fabricantes a establecer limitaciones en la descarga y acceso a aplicaciones y contenido de carácter inapropiado o peligroso para los menores, como juegos violentos o contenido pornográfico, mediante una identificación digital efectiva, o utilizar programas de control parental que permitan a los padres limitar el acceso y controlar la actividad de sus hijos en internet. En fin, con las medidas adecuadas se pueden mejorar mucho las cosas.

No obstante, todo este control debe arrancar en primer lugar, en el seno familiar. Los padres deben ser el primer “firewall” y “antivirus” además de ser la barrera de contención que debe velar por las adecuadas amistades de sus hijos y el uso que estén haciendo de internet para evitar que puedan estar cometiendo un delito o ser víctimas de uno.

Desde el ámbito educativo, se deben potenciar leyes que, además del uso responsable de la tecnología, se centren en desarrollar los aspectos afectivos, emocionales y psicológicos relacionados con estos usos inapropiados del acceso a contenidos tan peligrosos para los menores.

Los padres de adolescentes no podemos dejar el mundo en manos de nuestros hijos y quedarnos mirando, o tarde o temprano nos quedaremos sin hijos y quizá sin mundo.

José Manuel Salazar Martínez

Socio Fundador

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