Cada vez con mas frecuencia vemos en televisión reportajes o documentales que, con la excusa de «investigar», hurgan una y otra vez en todo lo acontecido en torno a un suceso escabroso que haya tenido gran repercusión en los medios de comunicación. Es cierto que siempre ha habido prensa amarilla — o sección de sucesos en los periódicos— en los que se venían relatando con más o menos profusión de detalles, hechos violentos o macabros. La novedad reside, por un lado, en la intensidad: se ha pasado de ocupar una página de un periódico o una noticia de telediario a hacer toda una serie de televisión por capítulos, emitida en «prime time» y publicitada con el fin de lograr la mayor difusión posible y hacer que se convierta en un producto de máximo consumo. Y por otro, todavía mucho peor, en poner al mismo nivel a las víctimas y a sus verdugos, al incorporar al programa la versión de asesinos, violadores, pederastas… que son contratados y remunerados para contar la historia con la mayor dosis de morbo y sordidez a fin de atraer la atención del gran público.
Vivimos acostumbrados a las series y películas de ficción en las que el personaje del villano está construido para empatizar con él o en las que se busca humanizar la figura del psicópata, con el resultado paradójico de que, en algunos casos, acabamos queriendo que gane «el malo». Sin embargo, es del todo inmoral la pretensión de comparar una historia de pura ficción con casos reales de asesinatos u otras barbaridades en las que hay víctimas reales con familias que han quedado destrozadas de por vida y a las que estas recreaciones morbosas no hacen más que aumentar un sufrimiento ya de por si insoportable, impidiendo además que avancen por el duelo y superen el trauma vivido. Y todo por el negocio de productoras sin escrúpulos que viven de explotar el lado mas oscuro de las personas.
Respecto al espectador, el éxito que tienen estos programas que desde un punto de vista ético son simplemente deleznables, reside posiblemente en aspectos psicológicos de los seres humanos, aunque por muchas explicaciones que pueda encontrar la psicología en las razones profundas que puedan existir para que al público le resulten atractivos los relatos sórdidos que ponen de manifiesto lo peor del ser humano, la sociedad debe establecer limites éticos para evitar un nuevo sufrimiento a las víctimas y a sus familiares, asistiendo a una repetición sin fin de su tragedia y viendo cómo se blanquea y enriquece a sus verdugos, y para evitar que nos acabemos acostumbrando al dolor ajeno y nos envilezcamos como sociedad.
De igual forma que no se permite comercializar productos en mal estado por su posible toxicidad, cabe plantearse si determinados contenidos no son igual o más tóxicos para las personas y, por tanto, deben ser objeto de regulación.
Por ello, celebramos y nos adherimos a la nota de prensa de la Tertulia J&U —Justicia y Utopía—, difundida con motivo de la proliferación de este tipo de programas y series en las televisiones públicas y privadas, porque cuando está en juego el sufrimiento de quien ya ha sufrido más allá de lo concebible, no todo vale, y menos por dinero.
Ester Oltra Montesinos
Vocal Comisión Juventud y Bienestar Emocional
José María Antón García
Vocal Comisión Políticas Sociales y Estado del Bienestar